Las bodas de Lucía dánle margen al autor para una animada pintura. Sin duda Doña Venturita pudo en tan solemne ocasión haber prescindido de sus fatales mulatillos, chinos, etc.. y ya que empleaba á la Con- fitería del Gas, haberle pedido un servicio á la altura de las circunstancias. En cambio, mucho le salió frangollado, pues las amigas que desde temprano llegaban para ayudar, en realidad era sólo para co- madrear, y Doña Venturita, "en bata y zapatillas, su trenza de color de ratón suelta á la espalda, an- daba de cuarto en cuarto dando plumerazos á los muebles y coscorrones á los mulatos”. Pero toda esa escena merece leerse íntegra.
La primera noche de bodas, — tema escabroso si los hubo, — da márgen al autor para efectuar un cambio radical en el escenario, como ya se insinuó antes. Toda esa escena primorosamente. tratada, perdería si fuera analizada. Verdad es que la idea de hacer emborracharse al marido en tan psicoló- gico momento es, afuer de arriesgada, un tantuelo... singular, pero el autor ha querido con ello demostrar el imperio del feo vicio sobre aquel hombre, y ha aprovechado la oportunidad para analizar el efecto moral que todo eso produce en la recién casada.
Casi puede asegurarse que allí termina la primera parte de la novela y que sigue la segunda ; quizá