hombre enamorado, más aún, apasionado, el analizar
tranquilamente su pasión, pesar el pró y el contra,
desmenuzarla, calcular metódicamente sus consecuen-
cias, estudiar qué rumbos convenga darla, et sic de
coeteris? Eh! no hagamos juego de palabras; sólo los
franceses, que hacen profesión de tener respuesta á
todo, justifican la teología del caso, diciendo que hay
"amor de cabeza” y "amor de corazón”; que unos
son "cerebrales ”, así como otros son "sentimenta-
les”; para distinguir á ambos de los puramente
"sensuales ”.
Porque, precisando la cuestión y haciendo el debi- do honor á la sinceridad del realismo del autor — rea- lismo, para no confundirlo con el naturalismo de pe- ga, que recurre al gastado incitante pornográfico pa- ra atraer la turba multa de lectores más ó menos mal acostumbrados, — la crítica leal no puede menos de convenir en que aquella sinceridad es esencialmente literaria, vale decir, que arranca del comercio de los libros y de las consiguientes elucubraciones, y no de la experiencia amarga, pero personal, de la vida mis- ma. Sin duda, no á todos es dado repetir el célebre símil del pelícano y servir el propio corazón en el fes- tín divino, pero eso no quita que para que sea exacto el verso inmortal