año, garantiéndoles que durante tan largo lapso de
tiempo nadie llegará á advinar siquiera sus criminales
relaciones, ni tampoco el servicio, á pesar de que
aquellos singulares amantes se entregan á Venus
Citerea con puertas y ventanas abiertas, obedeciendo
á los impulsos rabiosos de la carne.
¿Dónde está en todo esto el amor, aún cuando sea el amor culpable? Será la pasión sensual, el brutal impulso del rut, — pero amor, amor en esas condicio- nes!... Parece que con esa pintura de una relación que repugna, hubiera querido el autor hacer perdo- nar la atención cariñosa con que ha seguido antes la marcha de la pasión.
Porque, á ser verdad que el adulterio sólo propor - ciona las míseras satisfacciones que nos pinta el au- tor, ¿vale entonces la pena de cometerlo? — No ha querido el novelista que sus protagonistas gocen un día de felicidad criminal, diferenciándose en esto de la generalidad de los escritores que han dado en juz- gar ese caso enfermizo de nuestra existencia social con tan tradicional benevolencia, que el lector casi estará tentado de creer que en ello residía la verda- dera felicidad, y no en el matrimonio puro y honesto.
Algo tarde ha reaccionado el autor y toda esa con- denación del adulterio, á manera de moraleja de cuento, parece puesta allí para justificar la extraña