balanza en su contra, perfílase una sonrisa un tantico
irónica en los lábios del lector y, convencido éste de
que es inevitable el cornúpeto sacrificio, principia á
ver tan sólo el ridículo que cae, cae, y sin cesar sigue
cayendo sobre las canas de aquel malhadado an-
ciano!
Ah! libro terrible y doloroso, pero por suerte sofís- tico ! El lector se vé obligado á pensar ante esas pá- ginas escritas con calor, y tiene que estar muy sobre alerta para no tomar por exactos aquellos dorados sofismas con que se nos quiere disculpar al vicio y con los cuales se quiere protejer á la virtud, pero con una protección tal, que se concluye por clamar porque la abandonen más bien, porque la ataquen, porque la escarnezcan, ya que todo ello sería preferible á esa defensa terrible!
Injusto sería, sin embargo, no reconocer que el autor caracteriza con una amargura implacable las consecuencias de aquel monstruoso adulterio, mostran- do á los culpables como penados atados á la cadena del presidario, amantes sin los goces del amor, ya que la satisfacción material del capricho no puede entrar en cuenta de tal — presa de vivísimos remordi- . mientos, viviendo en un martirio de todas las horas, en un verdadero infierno. Pero á pesar de todo, los hace perseverar en tan falsa situación durante más de un