pernos de ello, so pena de esterilizar él resultado obtenido.
El núcleo de artistas nacionales, al regresar á la patria, ha sido al parecer sistemáticamente ignorado por los gobiernos mismos que habían contribuido á formarlo, costeando su educación en Europa. Se ha hecho caso omiso de ellos, se ha afectado no reconocer sus méritos, y en todos aquellos casos en que el Estado está virtualmente obligado á proteger el arte nacional — cuando existe, como en el caso actual — se ha ido á buscar artistas extranjeros, á veces de mérito, no pocas, simples fatticoni, según la vigorosa locución italiana, i Se le ocurre al Gobierno decorar tal ó cual salón de sus Palacios con cuadros que representen tal ó cual hecho histórico, ó con retratos de tal ó cual personaje, ó con pinturas murales ? No se escatima el dinero:' se paga con munificencia, pero se recurre generalmente á algún fatticone cosmopolita, como si no existieran artistas nacionales! Pues bien, ese vergonzoso estado de cosas debe cesar.
Esa es justamente la cuestión que plantea elocuente el Salón del Ateneo. Es tiempo de que demos su lugar en la vida nacional al arte argentino ; es preciso organizar la enseñanza artística de una manera formal. ¿Cómo? He ahí la cuestión que debe preocupará los que, por su participación en el go-