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lán y un puñado de valientes, pero la situación era tan critica que la rendición se hacía esperar inevi- tablemente de un momento Á otro,
No era que faltase el valor Era que hacía algu: nos días las provisiones de boca se habían agotado y el desaliento por el hambre y la sed hubía 10va- dido á los insurgentes, algunos de los cuales veían la capitulación como Hhalagiieña esperanza,
El General Bravo. todavía antes que rendirse, apeló al más supremo recurso de que pueda echar- se mano en situaciones como la que atravesaban. Suerificando sus sentimientos humanitarios que siempre le distinguieron, mandó diezmar á sus sol- dados para que comiesen Jos demás,
El trance era sencilla y horrendamente espanto- so en su más alto grado, Pero el dilema era terri- ble: rendirse Ó perecer,
Y ya la orden iba á cumplirse, tuando Doña An- tonia Nava de Catalán, á quien acompañaba su amiga inseparable Doña Catalina González, se pre sentó ante el General seguida de un grupo nurnero- so de mujeres del pueblo, y con varonil acento y en- lereza de ánimo que sorprendió ú todos, le dijo:
—Señor: venimos por que hemos hallado la ma- nera de ser útiles á nuestra patria y á la causa que mstamos obligadas á sostener y defender con nmues- tra propia sangre. No podemos pelear, pero pode- nos servir de alimento! fe aquí nuestros cuerpos que pueden repartirse como ración á los soldados. La vida de esos hombres es más necesaria que la vuestra,
Y daado ol ejemplo de abnegación savó de entre las ropas un puñal y se lo Mevó ul pecho, Cien bra-