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bieron extorsiones, ultrajes y vilipendios hasta ser afrentalas públicamente on mordazas, ya por ha- ber defendido la cansa de la Patria, 6 haber tenido valor de desconocer antoridad en Goyeneche.

Estos horrorosos atentados que repugnan por su crueldad, gustaba el tirano de aplaudirlos desde el balcón de su casa en Potosí, donde había estable- cido el Cuartel General, compluciéndose además, como en la Paz, Cochabamba y Chuuisaca, en obli- gar á que los inocentes compañeras de sus víctimas presenciasen hasta el último momento las monstruo- sas ejecuriones que decretaba con una ferocidad de gue no existe preecdente.

El sabio minernlogista, el justificado Matos, fué: uno de los que allí tuvieron que expiar el delito de: haber sido útil á su patria con sus conocimientos y honrádola con sus virtudes

La digna esposa de aquel hombre meritísimo, participaba de los mismos sentimientos que su vir- tuoso compañero, y debía, según las “máximas” que profesabar los tiranos, tener parte tambiín en sus agonías.

Un destacamento de soldados, cuyas fisonomías infundían terrible pánico, la condujo al lugar don- de su desgraciado esposo debía exhalar el postrer suspiro y darle el último adiós,

Al acercarse al patíbulo, en cuya horca improvi- sada balanceábase ya como racimo el cuerpo de Ma- tos, decíanle aquellos mónstruos, con refinado ci- nismo :

—Levanta la cabeza, orgullosa rebelde! ¡Mírale, mírale expirar!...

Una mujer vulgar no habría podido resistir tan=