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Página:Revista de España (Tomo I).djvu/113

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de un coronel retirado.

ver aquel problema, ó mejor dicho, en descifrar aquel enigma fácilmente se comprenderá que me era de todo punto imposible atinar con la clave del misterio.

Así lo sentia yo, así me lo decia; y, sin embargo, el demonio de la curiosidad no dejaba de atormentarme un solo instante.

¿Quién será ese hombre? ¿A qué habrá venido? Por la centésima vez acababa de hacerme á mí propio esas dos preguntas, á que la razon contestaba en vano: «¿Y á tí qué te importa, majadero?»Cuando, en medio del patio por cierto, me sorprendió la voz de D. Victoriano, diciéndome: —«El Sr. Brigadier le llama á V., mi alférez.—Voy, voy, repuse encaminándome al cuerpo de guardia con cierta zozobra, y un vago presentimiento de que algo iba á saber sobre el desconocido, que ni tenian razon de ser, ni admiten explicacion racional.

Cuando entré en el cuarto de banderas, mi jefe se paseaba, segun su costumbre, cruzadas las manos á la espalda bajo los faldones de la casaca, y su acompañante estaba sentado junto á la mesa, con el codo derecho apoyado en ella, y la mano en la megilla.

En el aspecto del Brigadier, la incierta luz del belon (que naturalmente se habia apresurado á encender de nuevo el ordenanza), dejaba ver esa expresion más fácil de sentir que de pintar, que en un hombre enérgico, revela que, tras difícil y acalorado debate, acaba de tomar alguna resolucion de suyo trascendental y grave.

Bien pudiera compararse en aquel momento el rostro siempre severamente honrado, y duramente equitativo hasta en las ocasiones, no raras por cierto, en que la bondad de su corazon se sobreponia á la rudeza de sus hábitos militares; bien pudiera compararse digo, el rostro de mi veterano jefe en aquel momento, al mar cuando una inesperada y no muy segura calma, tranquiliza súbito sus ondas, momentos antes por el huracan sublevadas.

En cuanto al desconocido, colocado de manera que la luz le iluminaba las canas de lleno, confieso que apenas le hube contemplado algunos segundos, sentime, sin ser poderoso á evitarlo, movido á respetarle y aun á quererle bien, sin más motivo que la simpática expresion de su fisonomía, no ménos enérgica y marcial, pero infinitamente más inteligente, y por decirlo así, civilizada que la de mi brusco jefe.

(Se continuará.) PATRICIO DE LA ESCOSURA.