Es de advertir que el ayudante era francés y que el cura habia nacido y crecido en la alta montaña de Navarra; de lo que se desprende que los dos hablaban muy mal el castellano.
De allí á un rato el anciano sacerdote emprendió su camino resignado á llenar su santo pero doloroso ministerio.
Creia él, por lo que se vio luego, que iba á auxiliar á un mártir conciudadano suyo, y andando con pasos vacilantes encomendaba el alma al Chori con fervor, fijos los ojos en una efigie del Divino Señor Crucificado. Llegó por fin á la Rasoaña, por su dirección natural que era la opuesta al sitio en que estaba en capilla el verdadero reo; y llegado que hubo, entróse en el cuerpo de guardia del Principal, y entró casualmente en un momento de triunfo para el Chori.
Jugábase al monte; el aposento encerraba una nube para los ojos, y era un horno para los pulmones: alli se pisaban barajas y cascos de botella; se renegaba en francés, y el Chori en tanto recojia á manos llenas las consecuencias de un atrevido copo con que habia barrido la banca, al paso que era causa de que anduvieran aquellos estorbos por el suelo y aquellas blasfemias por el aire.
Entró en la estancia muy agitado y más pálido que la muerte el cura de Aquerreta.
Era el señor cura un hombre sexagenario, de fisonomía vulgar bien que benévola, y aunque no quepa decirlo de los vivos, diré yo que mejor que vestido, iba amortajado con una hopa de bayeta negra que al andar le azotaba los talones. Entróse sin sombrero ni bonete, todo su traje salpicado de barro hasta el alzacuello, y llevaba asido con ambas manos aquel Santo Cristo que de seguro media más de tres cuartas.
Cuando todos aquellos oficiales y el Chori se le hallaron encima sin saber por dónde ni á qué viniera, miráronle con cierta sorpresa y muy callados; mas el buen sacerdote, poseido de su misión, sin parar mientes en aquella bacanal, se adelantó con lágrimas en los ojos hasta juntarse al Chori y le puso el Crucifijo á dos dedos de las narices.
El Chori miró al Cristo y miró al cura, miró al cura y miró al Cristo; y volviendo luego á mirar al cura con grande sangre fria, dijo: «es Cristo......» y se quedó otra vez mirando al cura como quien aguarda explicación de semejante acto.
El párroco de Aquerreta, que en efecto apenas chapurraba el