improvisaron Jefes en la guerra de la Independencia. Ordenancista, según la ordenanza íntima de los empíricos que surgen por su valor, cuidaba poco de la subordinación y mucho de la alegría de la tropa, y al paso que recogia por su mano una habichuela caida del saco, no le importaba que un soldado se desprendiera de su compañía por poco amor á la disciplina, con tal que hoy gritara viva y muera, que equivale á gritar mañana muera y viva.
Este sujeto, tan pronto como se encontró sin contrarios que le estrecharan, tomó un cabo de pluma, es decir, llamó un cabo de escuadra que escribía de corrido y diciéndole —llévame la pluma,— sentólo en su silla, y él se puso á pasear, dictando de esta manera: «Excmo. Sr.: La canalla anda lejos de nosotros y está en precipitada fuga, como no podía menos de suceder, dando yo...»
Aquí llegaba con su razonamiento el Gobernador, cuando entró un jefe de superior graduación á la suya, el cual mandaba una brigada de operaciones, refugiada á la plaza por consecuencia de una derrota honrosa, producto de una empresa temeraria.
El jefe se presentó algo azorado, más antes por la incertidumbre que por ningún género de temor, y dijo al Gobernador que se ofrecían de nuevo á la vista, en las posiciones más distantes, fuerzas considerables, las que, como ignoraba que pudieran ser amigas, dudaba si podrían ser contrarias.
El Gobernador con tal noticia rasgó su comenzado parte y cargó á cuestas con un anteojo enfundado, que con no ser muy bueno, era mayor que una pieza de montaña. Luego se asomó á la ventana y previno al cabo de pluma, diciéndole: ponte tú de cureña, que les voy d apuntar el catalejo para contarles hasta los botones.
En efecto, el cabo que ya tenia practicado aquel oficio, represando el aliento, dejó que sobre su hombro se apoyara y se desarrollara el largo anteojo.
No bien hubo el Gobernador enderezado la vista para fijarla en los objetos aquellos que á la manera de rebaños montaban el horizonte, exclamó y dijo: no haya susto, mi Brigadier, que son cristinos.
El Brigadier probó cerciorarse por sí mismo, y quedando ambos convencidos de la verdad, mandaron que les trajesen los caballos, y al poco rato salieron al encuentro de los que á su socorro venían.