Componíanse las fuerzas recien llegadas nada ménos que de dos divisiones, con el General en jefe del ejército á la cabeza.
Entraron en la plaza aquellos libertadores de Elizondo con todas las señales del cansancio y llenos de la fiereza de su profesión. Traian los rostros tiznados de pólvora y los hombros cargados de nieve; el barro por delante les cubría las rodillas y por detrás les pasaba de la cintura; brillábales en los bigotes su propio aliento cuajado en carámbanos, y en los ojos les relampagueaba el ansia de abrigarse y de reposar junto al fuego y la patrona; allá bajo aquellos techos de aquellas casas que conforme los cansados hombres seguían impulsados de la obediencia marchando en falange, les parecía ¡tanta era la ilusión de su deseo! que contramarchaban las viviendas, negándose á refugiarlos; y asi dejaban al pasar una maldición al frente de cada puerta.
De esta manera desfiló la tropa á formar pabellones en la plaza de armas, y el General en jefe se mantenía á caballo.
Aquel anciano, tan celebrado en época de mayor gloria para sus heroicos hechos, cabalgaba en una poderosa muía torda, de la que él mismo decia ser tan buena su bestia que amanecía con el alba en Alsasua y se ponía con el sol en Zaragoza.
El traje de este Viriato era una capa parda sobre una levita de paisano y un sombrero redondo, forrado de hule y puesto sobre un pañuelo de colores que llevaba liado á la cabeza.
A pesar de este porte, su fisonomía era elevada y enérgica; la decoraban respetables canas y la enaltecía la fama sobre el mismo teatro de sus antiguas hazañas.
Los ojos azules del indomable General acaso no tenían la radiante mirada del genio, pero se asomaba á ellos la perspicacia junto á la inquebrantable firmeza del caudillo. No usaba bigote; antes al contrario, una breve, blanca, modesta y apaisanada patilla apenas le rebasaba la oreja. Su sable era su único signo militar; no su espada, su sable; que fulminado por su brazo se habia teñido y reteñido en sangre de los enemigos de su Rey, de su Patria y de su Religión; y con el que habiendo dado cien victorias á su Rey y á su Patria, volvia también con él de la segunda emigración á la que le tuvieran condenado largos años su Rey y su Patria.
Así se ofrecía al frente de un ejército formidable el General Espoz y Mina; así mandaba en las batallas aquellos aguerridos