alzamiento general para combatir, hasta el exterminio á los invasores, valiéndose para ello de todos los elementos religiosos, políticos y sociales sobre que se habia fundado nuestra monarquía, desde anteriores siglos.
Dos eran los principios esenciales y supremos de nuestra sociedad, la religión y el Rey. Un clero rico y poderoso en el orden moral y material se encargó de presentar la invasión como amenazadora contra las creencias religiosas encarnadas é identificadas en los usos y costumbres del país. Existia también una aristocracia, aunque no de tanta fuerza moral, ni de tanto influjo como el clero entonces, pues desde Carlos V, aquella altiva y poderosa á la par que levantisca nobleza castellana y aragonesa de la Edad Media había perdido su carácter político, convirtiéndose sus individuos en criados y palaciegos, y habiendo su abatimiento sucesivo dado por resultado que el clero, unido al bajo pueblo y al Rey, dispusiese desde entonces despóticamente de la suerte del Estado. Si bien semianulada la grandeza, no era pobre todavía, y sin existir apenas clase media, se aunaron todas las opiniones contra la invasión y se aprestó con ánimo resuelto la nación á resistirla, tomando por enseña «guerra á muerte al invasor extranjero,» defensa unánime de la religión, de la monarquía y del Soberano tan pérfidamente cautivado. Todas las demás cuestiones no se tomaron en cuenta por el país al principiar la guerra de 1808.
Aunque fueron tales los elementos que se aunaron para resistir á los enemigos exteriores, su acción común era no poco difícil, tanto por la manera con que la invasión se verificó, como por los medios de astucia y perfidia á la vez empleados por los invasores para ocupar el territorio español. Y esto fué lo que hizo fácil que Fernando VII pudiese ser conducido á Francia y sometido á la voluntad de su Emperador, quedando España huérfana y sin centro de unidad para el gobierno de la nación.
Mas el sentimiento de independencia, convertido en ardiente entusiasmo patriótico, dominó todas las dificultades, si bien no tardó en mostrarse en primer término el espíritu local innato en España, estableciéndose en cada provincia su gobierno particular, no pudiendo menos de ser todos débiles y faltos de la cohesión necesaria para que todas las fuerzas nacionales reunidas combatieran con éxito en favor de su independencia.
De la necesidad reconocida de esta unión, nació la Junta central,