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al venir los fríos, porque el pasto estaba hermoso,—y las restantes del dia, Neán, suelta, acompañaba á Siam en el galpon.

Poco á poco los días empezaron á entibiar, y, al venir la Primavera, los Elefantes dieron principio á fiestas de la estacion y á ceremonias tan pintorescas que la gente de buen humor, y muchísima chusma, abandonando los Monos, venía á instalarse en el galpon horas enteras. Allí Siam y Neán se miraban con miradas de expresion extraña, se enroscaban las trompas, se balanceaban más que de costumbre, se frotaban los flancos escabrosos y.... et cætera. En cierta ocasión, pasando cerca, recogí un diálogo extraño: «Se han dado un beso!» y no oí más. Como las Palomas, los Monos y los Cangurús tambien se besan, no me sorprendí.

Varias personas entendidas me aconsejaron que los dejase sueltos. Mi contestacion fué siempre la misma: «Vale para mí más la vida del último granuja que la de estos Elefantes.»

En Diciembre del año pasado, Neán ofreció algo nuevo. Las horas que antes empleaba en comer pasto, las distraía, en gran parte, comiendo arena. Al observarlo, ordené que le diesen todos los dias un puñado de sal común. Tomó la sal y continuó comiendo tanta tierra como antes. Desde ese momento se apoderó de mí un temor: la Osteomalacia! Sin más, ordené al cornac le suministrase, diariamente, de 300 á 500 gramos de polvo de hueso quemado, y el Administrador, observando lo mismo, me hizo notar que, en el campo, había visto, muchas veces, que los animales buscaban la cal en la tierra en la misma forma.

En esos dias, Neán enflaqueció un poco, pero su flacura no era ni sombra de aquella del año anterior.

Su alimentacion era buena y abundante, más la sal, el hueso—y la tierra que siguió tragando como ántes. Sus funciones eran normales y nada hacía sospechar lo que sucedió en la mañana del 28 de Enero.

Adinamia.

¿Podía atribuirla á la Osteomalacia?

¿Podía ligarla con las manifestaciones sexuales, cada vez más intensas?

Creo que ambas cosas se reunieron; pero, en la imposibilidad de curar ésto de algún modo rápido, resolví atender algunos síntomas culminantes.

Había paresia intestinal. Prescribí 300 gramos de Sal de Inglaterra, en dos porciones—y en dos momentos distantes media hora.