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sólo por el hecho de que en ellas se hayan encontrado, no una sino muchas veces, restos humanos, mas ó menos bien conservados. Despues de una detenida reflexion, me parece haber acertado con la solucion del dilema—¿Son urnas ó son simples recipientes de chicha?—Son ó han sido las dos cosas á la vez, segun mi parecer. Me explicaré. Es conocidísima la costumbre que la mayor parte de los pueblos ha observado de enterrar ó incinerar sus muertos junto con los útiles, armas, y áun animales más preciados que tuvieron en vida: así, los guerreros eran sepultados ó quemados en compañía de sus espadas, hachas, lanzas, etc., en fin, de todo aquello que les sirvió para la defensa ú ofensa, sin excluir sus caballos ó perros favoritos; las mujeres de los pueblos primitivos bajaban á la tumba junto con sus útiles domésticos, á veces con la comenzada y no concluida labor suspendida por la muerte, y en ocasiones, con ella iba el delicado niño que ocasionó su fallecimiento al nacer.

Esa tierna costumbre de unir al muerto las cosas que le fueron caras durante su existencia, el no privar al hombre de guerra de lo que le fuese necesario para continuar su carrera en el Walhalla ó sus cacerías en las praderas y bosques celestes, de no separar á la mujer de los objetos familiares del hogar, transformada en ciertos pueblos, hasta el punto de exigir que el esclavo y la esposa amada deben seguir á la tumba á su señor y dueño, y de aquí los feroces sacrificios de la India Oriental, el Dahomey y tantas otras comarcas antiguas ó modernas, donde el dolor por el ser desaparecido ha sido llevado hasta la crueldad para con los sobrevivientes. En nuestros dias y bajo el imperio del cristianismo, vemos aún enterrar á los muertos, tanto hombres como mujeres, adornados con sus mejores atavíos y joyas, cual si con ello se pretendiera paliar el horror del no ser, aun cuando, en realidad, me parece tal costumbre resto atávico de anteriores civilizaciones. Establecido, como lo dejo, que el hábito de unir á los difuntos lo que durante su breve tránsito por la tierra les perteneció, imaginando ligar el presente terrenal con el porvenir desconocido, obscurísimo, de la vida apagada por necesidad inexorable, fácil me será demostrar que las pretendidas urnas funerarias no han sido sino útiles domésticos que acompañan al dueño ó due-