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RUBEN DARIO

de aquélla sea revelar la emoción y el de ésta formular la noción, están gobernadas por el ritmo. Este no es, en suma, sino la manifestación del «tono vital» que en cada hombre rige la circulación de la vida. De esta suerte, en el acento peculiar que caracteriza su voz, tiene cada hombre su música. Por esto, cuando lo oímos sin verlo, decimos con certeza: la voz de Fulano. Hay en todo eso, como se ve, una razón profunda.

Aquellas formas nuevas no fueron todas hermosas ni aceptables. La verdad es que al calor de la lucha y al retozo de algún epigrama antiacadémico, hubo a veces alguna exageración. Pero, eso sí, aquello fué espontáneo, sobre todo en nuestro poeta. Quienes lo hemos visto trabajar, sabemos que su labor era el correr del agua feliz en la fuente generosa. Y así, para mayor gracia, la profunda revolución, que fué a la vez revelación genial, la hizo con poesías breves como el cuerpo del pájaro y la masa de la perla. ¿Pero no basta una ascua para encender todas las hogueras del mundo, un beso para torcer el curso de la vida, una sola estrella para embellecer la tarde? He oído cantar en mi sierra al pájaro llamado "Rey del Bosque". Tanta sólo, en la serenidad vespertina, desde algún sotillo cerrado que favorece su lírica abstracción. Y con ser tan grande la dulzura del canto, su prodigiosa claridad llena toda la montaña. La delicia que infunde, dilátase casi temerosa en una fragilidad de pureza extrema. Y el alma se pone tan buena, que parece que va a llorar. No hay un rizo en la inmensidad celeste. Dijérase que el silencio y la luz son una misma cosa divina. La montaña aclárase y profundízase a la vez en una trans-