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MIGUEL MORENO.—LA GARZA DEL ALISAR

tras de unas negras pestañas,
como el sol que va á expirar,
velado por densas nubes
que enlutan el cielo ya,
melancólicos, á veces,
miraban con grande afán
á todos los caminantes
que entraban á la ciudad.
Pobre niña, pensativa,
cubierta la hermosa faz
con sombras de honda tristeza
y una palidez mortal,
otras veces contemplaba
las hojas del alisar
que, arrastradas por el río,
no volverían jamás.
Pobre niña, no lo dudo,
estaba enferma, quizá
ese momento se hallaba
pensando en la eternidad.
—¡Ay!, mi correo, correo
tan veloz en caminar,
tú que dichoso transitas
por donde mi amor está,
dime, por Dios, si supiste
de esa joven algo más.
—Cuando una vez de mañana
paseábame en la ciudad,
vi esparcidos por el suelo
rosas, ciprés y azahar,