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Sacha se acordó de aquella cartita lacónica: «No tengo fuerzas para luchar con el mal, y no quiero vivir como un cobarde. ¡Adiós, milord! Venid a mis funerales. En estas últimas palabras había algo de apayasado, propio del carácter de Timojín. Era preciso recordar su rostro hinchado, sus manos cruzadas, el pope con los ojos enrojecidos, para creer en su fin trágico.

Sólo Stemberg volvió a la casa. Los demás se dirigieron a la montaña y se entretuvieron allí mucho tiempo, cansados por la noche de insomnio, bostezando, con los rostros grises repentinamente enflaquecidos. Un vaporcito remolcaba una chalana vacía, cuya borda sobresalía mucho por encima del agua; avanzaba tan lentamente que parecía no moverse.

—¡Qué buen pope!...—dijo uno de los colegiales con una sonrisa dulce.

No le respondió nadie; pero la misma dulce sonrisa floreció en todos aquellos rostros juveniles fatigados..

XV

En el cruce de los caminos El jueves, Sacha encontró efectivamente el dinero. Le dieron 500 rublos en vez de mil. La partida había sido fijada para la noche del domingo, que era el 2 de mayo.

—Quizá sea mejor que nos vayamos de día—dijo