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ciosas, henchidas de primavera. «Volveré media hora más tarde—se dijo—. Quiero ordenar mis pensamientos.

Se apartó un poco dei camino y entró por una callejuela desierta.

Su primer pensamiento fué Eugenia Egmont.

Cada vez que Lina iba a casa de su amiga, Sacha experimentaba el deseo de rondar por cualquier parte, en las calles desiertas. Se figuraba a sí mismo en el lugar de su hermana, junto a la que amaba.

Cuando Lina se hallaba en casa de Eugenia Egmont, Sacha aguardaba el regreso de su hermana, y nunca se acostaba hasta verla llegar. Pero jamás le preguntaba nada sobre su amiga. Al contrario, parecía tan torvo y tan de mal humor, que a Lina se le quitaban las ganas de hablarle de Eugenia. Y Sacha se iba a su cuarto, feliz y desgraciado, rico en extremo y terriblemente pobre al mismo tiempo.

Esta vez, vagando por las calles obscuras, pensaba igualmente en Lina, que se encontraba en casa de Eugenia Egmont. Trataba de imaginarse cómo estaban sentadas una junto a otra, de qué hablaban. Se figuraba las miradas que cambiaban, los libros y los cuadernos sobre que posaban sus manos.

Si se le hubiera preguntado en qué pensaba, habría respondido, con toda sinceridad, que pensaba en su hermanita querida; pero se hubiese avergonzado de sí mismo al confesar que a través de Lina pensaba en Eugenia Egmont.

Cuando estuvo ya muy cerca de su casa, recordó su reciente entrevista con Kolesnikov. Esta idea