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Se hizo un largo silencio. Al fin Kolesnikov preguntó:

—Entonces, ¿será el domingo?

—¡Sí, el domingo!

Kolesnikov se echó de pronto a reír, alegre y francamente, como un niño.

—¿Qué tienes?—preguntó Sacha—. ¡Pareces tonto!

—Mira, Sacha... Quizá yo encuentre contigo también el buen camino.

—¿Qué camino?

—¡Pues el de la verdad!... Bien, bien, no te enfades... ¡mi general! Ahora ya estoy tranquilo por completo. Hasta creo que dormiré esta noche. El zapatero en cuya casa vivo se pondrá muy contento. No le dejaba dormir. Llegó a tomarme por un loco... ¡Bueno, hasta la vista, Sacha! Ya no te molestaré más hasta el domingo.

No acompañó a Sacha, quien volvió solo a su casa. Sacha estaba muy contento de haberse quedado solo. Era agradable andar por las obscuras calles silenciosas; conocía bien todos los rincones y, a pesar de las tinieblas, veía los más pequeños accidentes. Los árboles, a ambos lados del camino, exhalaban un olor acre, excitante, primaveral, y a Sacha le parecía que la primavera misma le llamaba por medio de aquellos árboles. El fuerte olor dominaba la ciudad, se esparcía por encima de los campos y de toda la tierra, imprimiendo al ambiente un carácter primaveral.

Sacha no quería abandonar aquellas calles silen-