nes, el dolor que agarrotaba a las gentes. Los habitantes de las ciudades, asustados, alarmados, dirigían miradas de terror, por encima de los muros, hacia los campos y los pueblos. Allá en las aldeas, todo era negro, obscuro, incomprensible, misterioso. Algo invisible rodaba en las tinieblas. Algún olvidado lanzaba, como fiera herida, gritos de dolor, aullaba, plañía, injuriaba, se agitaba en la noche negra, se escondía en los bosques.
Sólo se veían los resplandores lúgubres de los incendios.
Las gentes se buscaban, como perdidas, en la selva virgen.
—¡Están todos allá?
—Todos.
—Qué es lo que rueda en las tinieblas?
—No lo sabemos.
—Qué es lo que pasa?
—No se sabe.
Era una época terrible, llena de amenazas misteriosas.
II
La noche descendía sobre el bosque.
Un mujik delgado, de alta estatura, llamado Eremey Gnedij, se acercó a Pogodin. Fruncidas las cejas sobre sus ojos severos, dijo:
SACHKA YEGULEV.
La víspera 10