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Bueno continuó Kolesnikov—; ¿no es verdad, Sacha, que se está bien aquí? Hemos venido a veranear precisamente en el mejor momento.

Fedot comenzó a reír y a toser al mismo tiempo.

Eremey tuvo una leve sonrisa y dijo:

—Una verdadera casa de campo!

—Iván ha comprado pan y unos arenques que huelen muy mal—declaró Kolesnikov—. Siéntate, Soloviev. Estás aquí entre buena gente.

Soloviev, cuya mirada era tan pronto muy dulce como inquieta y turbada en extremo, tenía modales de soldado viejo; se sentó sólidamente en el suelo.

—¡Gracias, Basilio Vasilievich!

—¿Sabe usted, Basilio Vasilievich?—dijo Petruscha. Aquella buena mujer que nos vendió huevos ha estado aquí otra vez. Y han venido también otras. ¿Cómo habrán sabido que estamos aquí? Cualquiera diría que nos consideran como grandes señores que han venido a pasar el verano. E insistían en que toméramos su mercancía, aunque no se la pagáramos.

—Eso no es extraño—replicó el vagabundo—.

Hace mucho tiempo que se habla de vosotros. Yo he oído hablar de vosotros muy lejos de aquí. Cuando pedía pan a los campesinos, me respondían:

«No tenemos nada; busca a Yigalev...

—Yegulev—rectificó el marinero.

—Sí, busca a Yigulev—me decían—, que te dará de comer y quedarás contento. Gracias, amigos míos, por haberme dado pan; pero en cuanto a lo demás..., es decir, al asunto que os ha reunido aquí...