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De repente, Petruscha gritó con voz inquieta:

—Quién va? ¡Responded!

Sacha cogió su tercerola, que estaba su a lado siempre; Kolesnikov le había recomendado que no se separara jamás de su arma.

—Un soldado puede estar algún tiempo sin sus armas; pero nosotros, jamás. Hasta para comer y beber debemos tenerlas siempre al alcance de la mano.

Era una falsa alarma; Sacha oyó la voz de Kolesnikov que se acercaba.

151 —Somos nosotros, Petruscha!—dijo; y se adivinaba en su voz que sonreía.

Los cuatro recién llegados se acercaron a la hoguera: Kolesnikov, el marinero, un mujik llamado Iván, y Vaska Soloviev, un joven mejor vestido que los demás. Todos hablaban a la vez. La alegría reinaba en la pequeña reunión. Hasta Eremey se había puesto más alegre y su rostro se iluminó con una sonrisa.

—¿Qué? ¿Habéis hecho buena caza?—preguntó Sacha, estrechando la mano de Soloviev, a quien veía por primera vez.

—No, Alejandro Ivanovich, nada—respondió Andrés Ivanich—. Con la bala no se caza la volatería. Una perdiz se me fué volando delante de las narices.

—Es porque usted no sabe tirar—dijo Kolesnikov.

Esto era una broma; todo el mundo sabía muy bien que, después de Sacha, el marinero era el mejor tirador.