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¿Estás seguro de que estamos en el buen camino?—preguntó Kolesnikov.

—Si.

Sacha empezó varias veces a hablar de lo que acababa de suceder; reía nerviosamente.

—¡Cómo le derribé! ¡No es verdad, Basilio? Me di cuenta de todo; antes de que se moviera y mirara por la ventana, comprendí que tenía intención de huir. «¡Pero no—me dije—, eso no te lo permitiré!... Era un pícaro, ¿eh? Un chicuelo jovencito, ¿verdad?

—Sí, un chicuelo. ¿Por qué diablos arriesgó la piel?

—Es verdad; fué una tontería que ha pagado con la vida... Precisamente en aquel momento me gritaste que tirara...

—Yo no le hubiese acertado, porque estaba ocupado cogiendo el dinero.

—Naturalmente. Pero sin eso habría disparado lo mismo. Cuando me dijiste que tirara ya tenía levantada la tercerola.

Sacha se echó a reír. Era una risa nerviosa que delataba la excitación.

—¡Cómo lo derribé! ¿Qué dices de eso, Basilio?

—Basta de charla... ¿Conoces el camino?

—Sí... En el primer momento ni siquiera creí que estuviera muerto... ¿Qué edad tendría?

—Pues mira..., yo vi desde el primer momento que estaba muerto...

—Yo no. Yo no creí... ¡Vasia!

—¿Qué?