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¡Vamos!

Casi media hora estuvieron corriendo por las vías; en la obscuridad era difícil hallar el camino señalado previamente en el plano.

Pronto se encontraron en un rincón obscuro formado por dos largas filas silenciosas de vagones de mercancías; quisieron volver atrás, pero era más peligroso; ahogados, espantados por el silencio de los innumerables vagones que parecían cerrarles el paso, sintiéndose como en una trampa, corrieron a todo correr hacia la salida de aquel intermible pasillo.

Salieron de los vagones; pero no podían encontrar el camino. Kolesnikov estaba muy inquieto; pero Pogodin se volvía rápidamente de un lado y de otro, y al fin tomó resuelto la dirección de la izquierda.

—¡Salta, Basilio! Es un barranco.

—¿Dónde? No veo nada.

Y Kolesnikov cayó pesadamente como un saco de harina.

Corrieron a lo largo de una pared interminable; luego saltaron otro barranco; seguidamente entraron en el bosque, que los cubrió bajo la bóveda de su espesa enramada. Allí se encontraron en plena obscuridad. Detrás de ellos, por entre los árboles, vieron las ventanillas iluminadas de un tren que llegaba a la estación. Esto fué lo último que vieron.

—¡Viene muy a tiempo ese tren!—dijo riendo Sacha.

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