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No oyeron llegar al marinero y sus camaradas, que venían también muertos de cansancio y que después de calentarse un poco junto a la hoguera se acostaron igualmente.

Por la mañana, Sacha tuvo los sueños más deliciosos: Eugenia Egmont había venido a verle, afirmándole que todo cuanto había sucedido la víspera era una pesadilla cruel; le había calmado con sus tiernas caricias y su voz melodiosa... y después se había ido silenciosamente. Sacha era feliz y despertó con la sonrisa en los labios.

Pero, a partir de aquel día, entró en su alma, y se clavó en ella para siempre, una nueva imagen: el joven telegrafista caído a sus pies, herido mortalmente, los cabellos rizados, el charco de sangre debajo de la cabeza, el cuello limpio de la camisa bordada.

Así se convirtió, de una vez para siempre, Sacha Pogodin en Sachka Yegulev. Inauguró su nuevo nombre con una muerte.

Los días pasan Durante un breve período, un mes a lo sumo, la banda de Yegulev perpetró, con éxito, una larga serie de pillajes armados. Primeramente saqueó el correo, matando al cochero y a dos postillones.

Luego entró a saco en la Alcaldía de la aldea V