tomado parte en la guerra japonesa, se quedó en la banda, donde era querido por todos a causa de su carácter dulce; pero cayó muerto de un balazo en una de las primeras escaramuzas.
Una vez vinieron a la banda dos criminales de derecho común que se habían escapado del presidio; Eremey los echó. Por la mañana siguiente se encontró a uno de ellos degollado. Los pobres fugados tenían hambre, y aquella crueldad inútil, cuyo autor no se pudo descubrir, llenó de zozobra al cuidadoso y silencioso Andrés Ivanovich, que fué quien encontró en el bosque el cadáver del fugado.
Durante todo el día miró de reojo a Eremey, de quien sospechaba que fuera el autor del asesinato—llevaba siempre un cuchillo en la bota de montar; pero Eremey permaneció impenetrable, más sereno aún y taciturno que el mismo Andrés Ivanovich. Al fin, adivinando las sospechas del marinero, dijo:
—Ninguno de nosotros tenía interés en matar a aquel desgraciado... El asesino no se habrá hecho rico... Probablemente ha sido su camarada el que le ha degollado.
Aquel caso, por extraño efecto, aumentó aún más la autoridad de Sachka Yegulev, como si hubiera sido un mérito suyo.
El marinero estuvo muy agitado durante algunos días, aburriendo a todo el mundo con sus preguntas y sus objeciones. Pogodin contemplaba su mentón rasurado, sus ojos soñadores, serenos e impenetrables... y, sin saber por qué, temblaba con SACHKA YEGULEV.
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