VI
En su nueva vida, Sacha se transformaba de continuo. Aparentaba no ya diez y nueve años, sino veintitrés o veinticuatro; el proceso de su crecimiento se aceleraba de una manera extraña. Su cabello crecía mucho, y aunque apenas tenía bigote, una pequeña barba, o más bien un fino vello negro, encuadraba su rostro pálido en un marco de luto. Sus ojos adquirieron una expresión nueva, más severa y profunda. Sacha era tristemente hermoso, de una belleza singular, en la que nada era vivo: la vida, la animación le había abandonado desde que cometió la primera muerte.
Se había puesto muy delgado. No comía casi y dormía muy poco. Pero sus hombros y su pecho se habían ensanchado; en la estrechez primera de su pecho no hubiese cabido su nuevo corazón.
Todo él se había endurecido como piedra; no sonreía jamás, guardaba silencio y evitaba las conversaciones íntimas con Kolesnikov, a quien mantenía a distancia.
Yegulev —Te molesto?—preguntaba a veces tímidamente Kolesnikov, acercándose a él.
—No. ¿Tienes algo que decirme?
—Nada de particular... Como quien dice... charlar un poco...
