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jardín, el patio, los cobertizos y los seres humanos que se agitaban en aquellas ruinas. Sobre el tejado de la casa apareció una columna de humo rojizo lanzando chispas.

—¡Han prendido fuego también por el otro lado! gritaron algunas voces.

En seguida empezó a subir nuevamente hacia el cielo, como una bandera roja, una larga llama, recta, amenazadora, furiosa, pronta a devorarlo todo. Erguida durante algunos instantes, descendía luego, resbalaba por el tejado y, aullando como una fiera hambrienta, lamía las gruesas vigas. Pronto las llamas se hicieron tan luminosas que podía verse claramente la aldea situada allá abajo, muy lejos de la propiedad; luego, otra aldea más alejada aún, con sus iglesias. Veíase también el camino lleno de carros cargados de botín. Hacían el efecto de algo fantástico: los caballos, iluminados por un resplandor lúgubre; los hombres, agitados, gritando, jurando. Y todo aquello se precipitaba, se apresuraba bajando por la pendiente, como una avalancha.

VIII

La muerte de Petruscha Divididos en pequeños destacamentos, como de costumbre, los Hermanos del bosque» se dispersaron en varias direcciones. Yegulev se quedó con Kolesnikov, el marinero, Petruscha y Kusma Su-