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Sacha para arrojarse sobre Soloviev y matarle. Se estremeció: un frío mortal invadió su cuerpo. Y con voz cobarde, trémulo de pavor, balbució:

—¡Tiene usted razón, Alejandro Ivanovich! Me inclino ante su voluntad...

—¡Reunid a todo el mundo!—gritó imperiosamente Sacha. ¡Que salgan las mujeres de la cocina! Eremey, prende fuego a la casa.

Eremey ejecutó inmediatamente la orden.

Se juntaron todos en el jardín; desde allí se veía la casa, que empezaba a arder. El patio, que no estaba aún bien iluminado por el incendio, se llenó en seguida de gente. Pronto hubo en él más claridad; se prendió también fuego a un pequeño cobertizo apartado. Se oía cacarear a las gallinas y al gallo espantados.

El ruido seguía creciendo. Los campesinos derribaban a hachazos la valla para abrirse un paso más cómodo.

—¡Alejandro Ivanovich! ¡Basilio Vasilievich! ¡Mirad! ¡El fuego ha penetrado ya en el interior de la casa!—gritó Petruscha.

Casi todas las ventanas estaban iluminadas por un resplandor amarillento. Una de ellas, de pronto, se llenó de fulgores rojos; había ya fuego en el interior. El jardín se iluminó igualmente; brillaban los troncos de los manzanos teñidos de blanco y las flores que, en hileras regulares, se extendían a lo lejos.

La noche quedó de repente convertida en día, inundando con una claridad esplendorosa la casa, el