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con una taza de te caliente. Sus ojos brillaban a causa de la elevada temperatura; tenía la cara muy roja.

Se entreabrieron las dos ventanas de la cabaña; después de la tormenta el aire estaba puro y perfumado. El Sol brillaba. Y aun cuando de día, a la luz del Sol, había más motivos para temer un ataque de la policía, estaban todos más tranquilos y no sentían temor ni de los guardias ni de la muerte.

Casi estaban alegres.

Las ideas de Kolesnikov eran muy confusas. Apenas comprendía lo que le hablaban. Se diría que estaba en un lugar remotísimo, lejos de aquella cabaña, en el reino de los ensueños dulces y de las visiones plácidas. No preguntaba siquiera dónde se hallaba y, según todas las probabilidades, no se daba cuenta de lo que había pasado, de la refriega con la policía que habían tenido la víspera. Por algunas palabras vagas que pronunció, pudo inferirse que se representaba los acontecimientos del día anterior de la manera siguiente: Los Hermanos del bosques, después de haber atacado e incendiado una propiedad, habían tenido una escaramuza con la policía y habían salido victoriosos; ahora estaba él en su casa, en la habitación que tenía en la ciudad, y se imaginaba que había mucha gente a su alrededor. Hablaba de eso con voz firme y convencida. Varias veces se refirió, irritado, a cierto zapatero, y Sacha comprendió que se trataba del propietario de la casa donde vivió antes de ir al bosque.