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Andrés Ivanovich, aunque poco observador, los había advertido, y sentía grandes inquietudes. No podía decir en qué consistían aquellos cambios; pero los veía bien; era como si el mismo aire hubiera cambiado.

Había mucha gente en la banda; pero todos los días la abandonaban algunos, y frecuentemente no eran substituídos por otros. Poco a poco se notaba que la banda disminuía. Unos se asociaban a Soloviev, otros se iban a su casa o a la ciudad. Los Gnedij, tan numerosos en los buenos tiempos de la banda, disminuían, y ahora podían contarse sin error. Los contornos de la banda se dibujaban cada vez más distintamente.

Aun no se habían producido casos de franca hostilidad; pero las aldeas de la región no manifestaban ya ningún interés por la partida de Yegulev; parecían haberse convertido de repente en sordas y mudas para todo lo concerniente a los Hermanos del bosque». Cuando, por rara casualidad, se encontraban los Hermanos del bosque» con sus antiguos camaradas de las aldeas, estos últimos rehuían la conversación y mantenían una actitud muy reservada.

—¿Qué vais a hacer cuando llegue el invierno?—preguntaban a veces.

Y esto quería decir que los Hermanos del bosque no podrían contar, de ninguna manera, con la hospitalidad de los campesinos.

El nombre de Hermanos del bosque iba poco a poco cayendo en desuso, substituído frecuente-