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mente por el de bandoleros, que los campesinos pronunciaban en tono de censura.

—Di, marinero: ¿vais a seguir mucho tiempo dedicados al bandidaje? Nuestras mujeres se quejan de que asustăis a los perros por la noche...

Eran bromas todavía; pero, a veces, los Hermanos del bosque» veían ya malas caras. Se hacía peligroso ir uno solo a la aldea; un día, los campesinos apalearon & Kusma Suchok y lo dejaron medio muerto, pretextando que había querido robar. El tendero de la aldea, apodado Diablo Ivanovich, que tenía abierto un amplio crédito a la banda de Soloviev, no quiso tratar con la de Yegulev; amenazó con denunciarla y hasta, según parece, la denunció efectivamente.

—¡No puedo más!—decía a veces el marinero, lleno de cólera—. Mataré a ese canalla sin pedir siquiera permiso a Alejandro Ivanovich.

—¡Anda, marinero!—le replicaba irónico Eremey. Te ayudaré si tú solo no tienes bastantes fuerzas.

Eremey seguía en la banda; pero a veces se ponía insoportable con sus bromas de mal género dirigidas contra todo y contra todos. No hacía mas que escupir con desprecio a derecha e izquierda.

—Eres un marrano!—le reprochó una vez el marinero. Puede permitirse que te conduzcas así?

Eremey tuvo un gesto irónico y, guiñando maliciosamente un ojo, respondió:

—Andresito! ¡Encantador marinerito! Tampo-