XVII
El amor y la muerte Sólo los muertos y los desesperados pueden gozar de una calma absoluta. Sacha conoció la calma después de aquella terrible noche.
Lo que había hecho estaría bien o mal, lo necesitaría o no el pueblo; pero estaba hecho, el destino se había cumplido, y el pasado quedaba tras él intacto, en toda su trágica realidad: imposible cambiar el detalle más mínimo,. el más leve pensamiento, la más insignificante palabra. Su sacrificio sería aceptado o rechazado con cólera, como un don cruel y terrible; Dios, que todo lo sabe, le perdonaría o, condenándole, le haría sufrir los castigos más crueles; él, Sacha, habría sido una víctima voluntaria o un cándido cordero sacrificado en aras de la voluntad ajena... Nada de esto tenía ahora la menor importancia, puesto que estaba ya hecho, cumplido y quedaba atrás, en toda su trágica realidad, sin que nadie pudiera alterar nada. Ante sí no veía mas que la muerte.
Esto era la desesperación. Sacha Pogodin conoció, en aquellas horas trágicas, la gran calma terrible. Y después de haberla conocido se consideró libre de todos los lazos, como un moribundo ante las puertas de la muerte cuando los médicos se van y se oye el llanto de la familia del otro lado de la pared. A partir del día en que Sacha devolvió a