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sobre su lecho de fiera, temblando de frío, reflexionó sobre su terrible destino, enigma para él aterrador. ¿Necesitaba el pueblo su enorme sacrificio?

¿Por quién y por qué había entregado su pureza, las alegrías de su adolescencia, la vida de su madre, su alma inmortal? ¿Era posible que todo aquello, lo más preciado que el hombre posee, no sirviera a nadie, no tuviera ninguna utilidad real?

¡Era posible que todo aquello fuera vano y estéril como basura inmunda? ¿No había de cosechar mas que sufrimientos y. lágrimas? Su sacrificio era criminal, y ni en el presente ni en lo futuro recibiría la absolución de sus pecados. ¿Quién podría, quién osaría perdonarle el crimen, la sangre vertida? Dios mismo no podría perdonarle, porque las víctimas, sus víctimas, elevarían justas protestas ante el altar. ¿Quién le perdonaría, pues? ¿Su madre?

Sacha oyó que alguien se movía a su lado y le cubría el cuerpo con algo pesado y cálido.

¿Quién era?

—¡Duerma, Alejandro Ivanovich! Le he tapado a usted para que no tenga frío. ¡Duerma!

—¡Gracias, mi buen Andresito! ¡Gracias, querido mío!

Y por vez primera, desde que salió de su casa, Sachka Yegulev lloró aquella noche.

SACHKA YEGULEV.

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