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en torno de ellos el cerco fatal. La banda de Yegulev, impulsada por el miedo, a veces un miedo imaginario, se veía acorralada en todos los sitios adonde iba. Los Hermanos del bosques no temían la muerte, más bien la deseaban; pero seguían huyendo y ocultándoss. Estaban siempre en guardia, atentos al menor ruido; sus ojos penetraban en la noche y registraban ansiosamente odos los rincones; su sueño era inquieto como el de una fiera acosada; sus movimientos, nerviosos.

El otoño, en verdad, no era malo; pero a ellos les parecía pésimo y frío, porque no se atrevían a encender fuego y tiritaban al acostarse en la humedad. Durante el día, bajo el sol otoñal, que calentaba un poco, aquella vida era tolerable; pero en cuanto caía la noche pasaban horas terribles, desconocidas aun por las mismas alimañas que se esconden de noche en sus guaridas, bien resguardadas contra el frío. Se alimentaban muy mal, y a no ser por Fedot, que seguía extrañamente adherido a la banda, hubiéranse muerto de hambre o hubieran tenido que robar los corderos a los campesinos como lobos.

Tal era en aquella época la vida de los Hermanos del bosque»; tenían frío y miedo constantemente.

A su alrededor el vacío era cada vez mayor, y el número de los Hermanos» disminuía sin cesar.

Unos se iban con Soloviev, que se había hecho rico, poderoso, y estaba en relaciones íntimas con la policía; otros se marchaba a las aldeas o a la ciudad.

Sachka Yegulev, no obstante ser aún la bandera y la voluntad de la partida, ligado a ella por lazos de