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decían tres mujeres: su madre, su hermana y su novia.

El llamamiento de la muerte sonó pronto, cercano, inmediato. Andrés Ivanovich, el marinero, desapareció.

Por la noche estuvo Andrés ocupado, como siempre, en un menester de poca importancia. Además de Yegulev, eran cuatro en la partida: el marineró, Kusma Suchok, Fedot y el bizco Slepen, animal insoportable y fastidioso.

El marinero había encendido una hoguera—pues ya ni siquiera tenían miedo de atraer la atención de sus enemigos—, y dijo en tono de broma a Sacha:

—Hay lobos en el bosque y el fuego los ahuyenta.

—Yo sé bien en qué sitio están los lobos—dijo Fedot.

—También yo sé algo de eso. Con el fuego estaremos más seguros.

—Como quieras. Pasaremos la noche más calientes... Alejandro Ivanovich, acuéstate con nosotros junto a la hoguera; en la barraca hay mucha humedad y podrías coger frío.

Pero Sacha se acostó en la barraca. Quería quedarse solo; la gente perturbaba sus ensueños, y allí, en la barraca, todo estaba silencioso como en la tumba.

Durmió profundamente sin dejar de soñar y no oyó nada. Por la mañana le anunciaron la desaparición de Andrés Ivanovich. No se había llevado ni su balalaika ni su espejito; sólo se llevó la ter 1