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A pesar del frío, llevaba uniforme blanco de verano; el uniforme de paño era bastante caro y no quiso estropearlo en aquella expedición nocturna.

—¿Qué hacer?—se preguntó en voz alta el oficial de policía. Habrá que tirar un poco más... Tenga la bondad, subteniente, de decir a los hombres que hagan algunas descargas.

En aquel momento, un soldado se acercó al subteniente y le dijo:

—Señor subteniente, Pavlenkov ha expirado.

—¡Ah, canallas!—exclamó el subteniente indignado. Vengaremos su muerte. ¡Os daremos una buena lección!

Los soldados hicieron varias descargas. De la barraca no respondían, no daban ningún signo de vida.

Entonces los asaltantes se decidieron a entrar en la barraca que les inspiraba tanto miedo.

Encontraron en ella cuatro hombres muertos.

—Probablemente los otros han logrado escapar aprovechando la obscuridad—dijo el oficial de policía, y soltó un taco.

Uno de los cuatro, un campesino delgado, de labios finos, respiró todavía unos minutos; pero murió en seguida.

El oficial de policía estaba fuera de sí, y dirigiéndose, lleno de ira al subteniente, gritaba:

¡Yo lo había previsto! ¡Ya le dije a usted que se iban a escapar! ¡Ya ve usted cómo tenía razón!