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templo. Los árboles se alzan hacia el cielo como severas columnas, y entre ellos las ramas deshojadas tejen ricas cortinas de encaje transparente.

La muerte ha adornado con primor el bosque para Sachka Yegulev...

Durante todo el día y toda la noche hasta el amanecer fulguraron los disparos en la barraca, que crujía como leña húmeda en el fuego. Los que se hallaban dentro tiraban por descargas cerradas fuego graneado, eligiendo el blanco. Había ya muchos muertos y heridos entre los asaltantes. El oficial de policía que mandaba el destacamento recibió una herida leve en un hombro. Los asaltantes tiraban también sin cesar, por descargas cerradas y fuego graneado, sobre la barraca. Pero les parecía que las balas no hacían blanco, y no sabían si los atacados eran muchos o pocos.

Al romper el alba cesó el fuego en la barraca.

Los disparos de los asaltantes quedaron sin respuesta. El jefe del destacamento les gritó que se rindieran; pero nadie contestó.

El oficial de policía temía que aquello fuera un ardid de los Hermanos del bosque».

—Se hacen los muertos!—dijo.

Estaba pálido a causa de la sangre perdida y de la noche sin dormir. De alta estatura, huesudo, con una gran barba negra, se parecía un poco a Kolesnikov. A pesar de su revólver y de su uniforme, tenía un aspecto muy pacífico.

—¡Quizá tenga usted razón!—le respondió un joven subteniente grueso y flemático.