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que era él; otros, por temor a las molestias de la policía, aseguraban que no era él. Por otra parte, durante una de las noches en que los cadáveres estuvieron atados a los postes, se vieron fulgores rojos en el cielo, detrás del bosque. Al mismo tiempo se esparció por Kamenka el rumor de que Sachka Yegulev, para vengar la muerte de sus camaradas, incendiaba nuevas propiedades.

Los campesinos de Kamenka se reunieron en la colina, sin gorras, descalzos, para contemplar el incendio lejano; por temor a la policía y a los cuatro cadáveres, que a poca distancia parecían mirar también el incendio, hablaban en voz muy baja.

—¡Y decir que creían haberle cogido ya!

—¡A ése no se le coge tan pronto! Cuando creen tenerle en sus manos, prende fuego tranquilamente en otro sitio.

—¡Sí, es malo!... Mira qué botas tan hermosas tiene ese bandido... Ya me gustaría que fueran mías.

—Pues cógeselas.

Todo el mundo rió.

—Cógeselas tú. Yo me contento con las mías.

—Parece que la propiedad que arde es la de Polinov.

—No, no es la de Polinov. A ésa no le ha llegado todavía la vez.

Uno de los campesinos dijo en alta voz, para que le oyera la policía:

—Los propietarios mismos queman sus propiedades para cobrar las primas de seguros, y luego