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Propuso usted matar a Telepnev; pero los nuestros no quisieron. Yo presenté entonces mi dimisión al comité. «¡Al diablo, imbéciles!—pensé.

No sois capaces de comprender si alguien puede o no hacer una cosa semejante». Pretextaban la desconfianza, pero no era verdad; era, sencillamente, que tenían miedo.

El rostro de Sacha tomó una expresión sombría.

—Esos son recuerdos desagradables para mídijo. Pero estoy muy contento de que haya venido usted. Ahora ya le recuerdo bien. Beba el te, se lo ruego.

—Me llamo Basilio Vasilievich. Le diré, por si puede interesarle, que me he evadido dos veces de Siberia. La desgracia es que no soy orador, y, en general, no poseo ningún talento.

—¡Yo tampoco!—dijo Sacha, alzando por primera vez sus ojos sonrientes hacia Kolesnikov.

Aquella mirada inspiró inmediatamente a Kolesnikov una alegre convicción de que había algo poco vulgar y muy grave en Sacha. Sintióse feliz; mostró, en una amplia sonrisa, sus dientes negros, pero muy sólidos, y dijo con su voz de bajo:

—¡Toma! ¿Tampoco usted tiene ningún talento?

Es increíble. Y esos dibujos que hay en la pared, no son de usted?

—No, los ha hecho mi hermana.

—¿De veras? Mi enhorabuena a su hermana.

Pero en el mismo instante se puso triste y añadió en un impulso de franqueza dolorosa: