cía a fondo los más pequeños detalles, los nombres más insignificantes, directa o indirectamente relacionados con la acción revolucionaria.
Una vez dejó a todos asombrados.
Sacha estaba presente. Todos se encontraban en el comedor. La conversación recayó sobre un agente provocador cuyo nombre se había publicado en los periódicos. Casi no había terminado Helena Petrovna de leer aquella noticia, cuando Kolesnikov se sobresaltó y empezó a pasear febrilmente por el cuarto.
—¡Es posible! ¡Es posible!—gemía como un poste telegráfico sacudido por un viento rudo—.
¡Dios mío, qué vergüenza! ¡Es horrible! Es un castigo por haber olvidado al pueblo, porque las manos no están puras, porque uno no se preocupa mas que de las mujeres y de satisfacer su ambición...
¿Qué es la revolución? ¡Es la sangre del pueblo que clama al cielo! Habrá que rendir cuentas; pero para hacerlo hay que ser puro. No basta sacrificar la vida. Un gendarme, un espía, ¿no arriesga también su vida? Un imbécil cualquiera que pasea en auto, no arriesga su vida?
Sacha miraba al suelo, frunciendo las cejas, y se estremeció cuando la voz profunda de Kolesnikov resonó sobre su cabeza:
—Hay que ser puro como un niño recién nacido, como un vaso a través del cual se ve todo. El martirio no es una diversión, es un sacrificio; hay que poder mirar de frente, a los ojos, sin avergonzarse, abiertamente...