una broma: si un terrorista no es ahorcado, no ha cumplido más que la mitad de su misión, y la mitad peor. Cualquier imbécil puede cometer un asesinato, y siendo imbécil, aun más fácilmente. ¿No es verdad, Alejandro Nicolaievich?
Pero en aquel momento fué Sacha quien sorprendió a todos. De pronto se echó a reír y, acercándose a Kolesnikov, le puso la mano en el hombro con un movimiento vacilante. Y mirando con cariño sus ojos severos, pero brillantes aún, le dijo tímidamente:
—¡Basilio Vasilievich!
—¿Qué?
Los ojos de Sacha se hicieron más cariñosos y un poco irónicos. Kolesnikov le miraba como un solitario que aguarda una caricia desconocida.
—¡Basilio Vasilievich!—repitió Sacha—. Su te está ya frío.
Holena Petrovna movió la cabeza, no sabiendo cómo interpretar lo que Sacha hacía. Kolesnikov, grave, se levantó y dió algunas vueltas por la habitación.
—Pues bien, no me importa que esté frío. Además, no quiero te. Hasta la vista. Me voy a mi casa, a mi celda.
Y de pronto, por primera vez en su vida, besó torpemente la mano de Helena Petrovna; y mientras ella le buscaba la frente con los labios, por entre la espesa cabellera, él susurró a su oído:
—¡Esto es por su hijo!
Pero ocurrió algo todavía más sorprendente. A