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136 MADAMA DE STAÉL

ciones artificiosas, presentaba a Madama de Staél como la apologista del suicidio. Madama de Staél, que, por su parte, citaba con elogio Mademoiselle de Clermont, decía como toda venganza: “Ella me ataca y yo la alabo, y en esta forma se cruzan nuestras correspondencias”. Mada- ma de Genlis le reprochó más tarde en sus Memorias el ser ignorante, lo mismo que le había tachado de inmoral. Mas perdonémosla; se arrepintió al final de una novelita titulada Athenais, de la que hablaremos. Una influencia amiga, la que acostumbraba hacer milagros tan simpá- ticos, la había tocado en el corazón ?!.

Pedimos perdón, si a propósito de una obra que tanto conmovió como Delfina, no nos confinamos de preferen- cia en las escenas melancólicas de Bellerive en el jardín de los Campos Elíseos, y recordamos los agrios clamores de entonces, levantando el polvo de tantos años, pues es bueno, cuando se quiere seguir y representar una marcha triunfal, caminar con la muchedumbre y ver el carro de triunfo rodeado y aclamado como lo fué, La violencia llama a la represión; los amigos de Madama de Staél se indignaron y la defendieron enérgicamente. De los dos artículos publicados por Giuguené en la Década, el pri- mero comenzaba en estos términos: “Ninguna novela ha preocupado tanto al público desde hace mucho tiempo como esta novela. Este es un género de éxito que no es indiferente el obtener, pero que rara vez se está dispen- sado a expiar. Varios periodistas, de quienes se conoce su opinión sobre un libro según el nombre del autor, se han desencadenado contra Delfina o, más bien, contra Madama de Staél como gentes que no saben conducirse... Han atacado a una mujer, el uno con la brutalidad de co- legio (Giuguené parece haber imputado a Geoffroy, a quien odiaba, uno de los artículos que hemos mencio- nado); el otro, con las burlas de un bello ingenio de baja estofa; todos con una jactancia de una cobarde impuni-

1 Madama Récamier,