20 MADAMA DE SÉVIGNÉ
se gusta de las sólidas lecturas —dice—, el espíritu y el ingenio son anémicos. Leía a Rabelais y la Historia de las Variaciones, Montaigne y Pascal, Cleopatra y Quinti- liano, San Juan Crisóstomo y Tácito y Virgilio, no tra- ducidos, sino en toda la majestad del latín y del italiano. Cuando llovía, leía varios in-folio en doce días, Durante la cuaresma se complacía en ir a Bordaloue. Su conducta con Fouquet en la desgracia hace pensar en lo que hu- biese sido su abnegación durante el período revoluciona- rio. Si se muestra un poco vanidosa y vanagloriada cuan- do el rey baila una noche con ella, y cuando le hace un cumplido en Saint-Cyr después de Esther, ¿qué otra persona de su sexo se habría mostrado más filósofa en su lugar? La propia Madama de Staél, ¿no decía que habría hecho cualquier cosa por arrancar una palabra o una mirada al conquistador de '¿gipto y de Italia? Cierto: una mujer que en relación desde su juventud con los Ménege, Godeau y Benserade se defendió de sus sátiras y de sus burlas, con sólo su buen sentido; que esquivó, bromeando, las pretensiones más refinadas y más seduc- toras de Saint Evremond y de Bussy; una mujer que, ami- ga y admiradora de Mile. de Scudery y de Madama de Maintenón, supo mantenerse a igual distancia del sen- timentalismo novelesco de la una y de la sequedad ex- cesiva de la otra; fué ligada con Port-Royal y alimenta- do su espíritu con las obras de esos Señores, no tomó me- nos de Montaigne ni olvidó a Rabelais, que no quiere otra inscripción para lo que ella llama su convento que Santa Libertad y Haz lo que quieras, como en la abadía de Telémaco; una mujer de bello alocamiento, que pasa casi sin rozarlas, sobre ciertas ideas, y que toma las co- sas por el lado familiar, da pruebas de una profunda energía, y de una originalidad de talento extraordinaria.
Hay un solo motivo por el que no se puede menos de. sentir que Madama de Sévigné se haya abandonado a sus costumbres burlonas y frívolas, por el que rehuse-
