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226 MADAMA GUIzZOT

Liceo, y el otro yo no sé dónde, a la declamación de cos- tumbres, sobre el fanatismo religioso y otros lugares co- munes que entonces hacían furor. En una carta a un amigo, a quien suponía meditando un volumen en favor de los filósofos, le pregunta con mucho ingenio, ¿por qué un libro? ¿Es acaso para probar que Voltaire es un poeta y Zaida una obra encantadora, o bien para probar que el vocablo filósofo no es exactamente el sinónimo de sep- tembreurs? 1” Y luego añade: “La manía de vuestra edad es querer que los hombres entiendan la razón; la expe- riencia de la mía me enseña que es más prudente dejar que el tiempo los guíe a la razón y a la verdad puesto que la razón y la verdad no han casi nunca convenido a nadie”. Este talento tan exy erimentado y tan seguro que debutó por donde otros acaban, está dotado de una gran paciencia, y veremos cómo al avanzar con el tiempo se desarrolla en él la fe, el entusiasmo y la ternura. -Estas almas avaras para la pasión y bien preservadas contra ella, retroceden calurosamente a las impulsiones que los demás, agotados, abandonan; las nobles y tardas pasiones brotan en su razón profundas. Así ésta de quien hablamos empieza por Duclos y acaba haciéndose leer a Bossuet. Pero no nos anticipemos.

En los primeros folletones de El Publicista, en la fecha del Floreal año 10, bajo el título de Pensamientos sueltos, se encuentran algunos admirables como éste: “Una frase ingeniosa no tiene mérito sino cuando nos da una idea que no habíamos concebido, y una frase sentimental cuando nos produce un sentimiento que no habíamos experimen- tado, es la diferencia que existe entre un antiguo y un nuevo amigo”. Y este otro: “La gloria es lo superfluo del honor, y como todo lo superfluo, se adquiere a costa de lo necesario. El honor es menos severo que la virtud y la gloria es más fácil de satisfacer que el honor, y así

1 Epíteto aplicado a aquellos que tomaron parte en el degllello de los presos en septiembre de 1792. (N. del T.).