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268 MADAMA DE LAFAYETTE

das las acciones que causa el amor en la inocencia y en la juventud, de todo lo que está más lejos de ella y de su amigo en su unión tardía. En el sentido de la vida, era sensata, y su juicio estaba por encima de su talento, se- gún decían, y cuya alabanza la complacia más que las otras. En la novela dominan la poesía y el sentimiento, aunque la razón no falta jamás. En ninguna parte como en La Princesa de Cleves, las contradicciones y las dupli- cidades del amor han sido expresadas con tanta natura- lidad. “A Madama de Cleves le molestaba que M. de Nemours creyese que era él quien le impedía ir a casa del mariscal de Saint-André, pero luego sintió pena cuando su madre deshizo esta creencia...” — “Madama de Cleves suponía que el príncipe se había dado cuenta del senti- miento que le inspiraba, y sus palabras la convencieron de que no se había equivocado. Estaba desolada por no haber podido ocultar este sentimiento y por haberlo de- jado aparecer ante los ojos del caballero de Guisa. Tam- bién lo estaba porque M. de Nemours los conociese; pero en esta pena había una especie de dulce consuelo”. Las escenas son naturales, bien trazadas y de justo diálogo, y aunque en una o dos ocasiones son inverosímiles, las salva el interés y cierta negligencia. Los episodios no se apartan nunca del progreso de la acción, y frecuentemente le avudan. La circunstancia más inverosímil es la del pabellón, cuando M. de Nemours llega tan a tiempo para escuchar detrás de la empalizada la declaración hecha a Monsieur de Cleves. Esta escena, que tanto ponderan Bussy y Valincour, produce llanto aun en los mismos que han llo- rado una sola vez con Iphigenie. Para nosotros, que nos chocan estas inverosimilitudes, y que admiramos en La Princesa de Cleves hasta su color un poco pasado, lo que nos encanta es la moderación de las pinturas, es la manera tan discreta que reina en todas partes y que hace soñar; algunos sauces a lo largo de un arroyo, cuando el amante se pasea, y por toda descripción de la belleza