RETRATOS DE MUJERES 33
ba en los linderos del ideal. Así la vió Ernesto y así quedó grabada su imagen en su corazón.
Puesto que conocemos el retrato de Mile. de Lirón, puesto que me he atrevido a citar un pasaje de Mlle. Ais- sé enferma, que aun cuando sólo os da una idea incom- pleta de su persona nos permite entrever cuán viva y graciosa fué esta amable circasiana comprada como escla- va, traída a los cuatro años a Francia, que fué codiciada por el Regente y poseída por d'Aydie; puesto que estoy en los rasgos físicos de las bellezas que recuerda Mlle. de Lirón, y en el aire de familia que les es común, no quiero olvidar la Cecilia de las Cartas de Lausanne, esta mu- chacha tan verdadera, tan franca, tan sensata, educada" con ternura por su madre, y cuya historia inacabada no dice sino que se enamoró sinceramente de un lord viajero, huen muchacho, pero demasiado niño para comprenderla, y que ella triunfó probablemente de esta pasión desigual por la firmeza de su alma. Aparte de esto, Cecilia tiene detalles de contraste y de semejanza con Mlle. de Lirón. Escuchemos a su madre, que nos la pinta: “Es bastante alta, bien hecha, ágil, tiene las orejas perfectas, y que- rerle impedir que baile es como querer impedir a un gamo que corra... Figuráos una frente bonita, una nariz bonita, los ojos negros, un poco hundidos, no muy gran- des, pero muy brillantes y de mucha dulzura; los labios un poco gruesos y muy rojos, los dientes san>s, un her- moso cutis de morena, el color de las mejillas sonrosado, un cuello que engorda, a pesar de todos mis cuidados, una garganta que sería bonita si fuese un poco más blan- ca; el pie y la mano pasables; he aquí a Cecilia... Pues bien, sí, un guapo mozo de Saboya, vestido de muchacha, esto es. Pero no os olvidéis, para hacer una idea de lo bonita que es, de cierta transparéncia en su tez, yo no sé qué de satinado y de brillante que se asemeja a una transpiración: es lo contrario del mate del empañado, es el satinado de la flor roja de los guisantes olorosos, He