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RETRATOS DE MUJERES 325

hagáis la gracia de escribirme con frecuencia para afir- marme en el horror que me causa el siglo. Mandadme algunos libros que deba leer”.

Anteriormente a esta época, se tienen cartas de ella a estas mismas Carmelitas. Cada desgracia conducía in- voluntariamente su mirada hacia ellas, y les había escrito cuando perdió a su hija y cuando murió la Princesa su madre. La muerte de ésta ocurrió durante la estancia de la duquesa en Stenay *. Entonces, en respuesta a los pésames llegados del monasterio (octubre 1650), escribió una carta conmovedora a la Madre Superiora pidiéndole detalles acerca de esta muerte: “Afligiéndome, debo con- solarme —escribía Madama de Longueville—. Este re- lato hará este triste efecto y por eso os lo pido, pues en fin, bien veis que no debe ser el reposo lo que suceda a un gran dolor como el mío, sino un tormento secreto y eterno al que me preparo, llevándolo ante Dios junto con los crímenes que han hecho caer su mano sobre mí. Acaso me valga ante El la humillación de mi corazón y el encadenamiento de mis miserias profundas... Adiós, mi querida Madre; las lágrimas me ciegan, y si fuese de la voluntad de Dios que ellas fueran causa del fin de mi vida, más bien me parecerían un alivio que el efecto de mi mal”. M. de Grasse no dejaba de escribirle, y lo hizo elocuentemente acerca del fallecimiento de la Princesa. Así se habían conservado, aun en los momentos de más pródigo delirio, esos tesoros en el corazón de Madama de Longueville. Sus lágrimas. a tiempo abuncantes, im- pidieron que las fuentes secretas se secasen.

1 Un elocuente detalle nos aportan las Memorias, de M. de Chateau-

briand: “La Princesa de Concé dijo antes de expirar a Madama de Briennc: "Decidle a esa pobre miserable que está en Stenay el estado en que me veis, y que sepa cómo se debe morir”. ¡Bellas palabras! Pero

la princesa olvidaba —continúa M, de Chauteaubriand— que había sido amada por Enrique IV, que llevada por su marido a Bruselas, quiso unirse a él y escaparse de noche por una ventana y hacer treinta o cuarenta leguas a caballo. Entonces era una pobre miserable de diez y siete años,