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398 MADAMA DE CHARRIERE

yo he admirado en otras partes, aun en la más bella esta- ción. Pero, ¿admirarías tú, ruinas recién construídas? Esto está bien imitado con sus agujeros, el color y sus piedras separadas, con yedra verdadera que cubre la mitad del viejo edificio, y es engañarse a sí mismo sin poder enga- ñarse. Sabemos que todo eso es nuevo, y aun admirando la fantasía y la imitación, no puedo decir que me guste este arte... Yo no haría construir ruinas en mi jardín temiendo que se burlasen de mí. Y estas ruinas están muy en moda. Se escoge el siglo y el país como se quiere; los unos son góticos, los otros griegos, y los otros roma- nos. Mi madre a quien tanto gustan los viejos edificios se complace viendo la Iglesia de Windsor con las bande- ras de los caballeros y sus armaduras completas. Yo he hecho una gran reverencia a la armadura del Príncipe Negro.”

Su carácter natural, cono su aguda observación, que- dan pues bien establecidos,

A la vuelta de este viaje, la señorita de Zuylen, ena- morada según parece de M. de Charriére, gentiltombre vaudés, preceptor de su hermano (el país de Vaud era como el semirario de preceptores y de institutrices), se decidió a casarse con él y seguirle a la Suiza francesa. Su vocación literaria encontró entonces ocasión para na- cer. En esta patria de Saint-Preux, próxima a Voltaire, pensó en realizar sus ideales. Allí debió de conocer a Ma- dama Necker, y seguramente a Madama de Staél. Fué la primera madrine de Benjamín Constant.

Y aún no hemos hablado de esto: ¿vino a París?! El conde Javier de Maistre, ese encantador y fino ático lle- ga, por la primera vez en su vida, a la edad de setenta y seis años. Poco importa, pues, que Madama de Charriére no viniese nunca.

1 Vino. Más de una pregunta que pudiéramos hacer encuentra la respuesta en el artículo Benjamín Constant y Madama de Charriére (Der- viers portraits),