466 MADAMA DE PoNTIVY
comenzaban a hacer ruido, que su abnegación tan sencilla le hacía una existencia en moda sin que ella misma lo pensase, y que Madama de Noyón, al principio indiferente o contrariada, se acomodaba ya mejor, en su vanidad de tía, a una sobrina de reputación de Alceste. Cuando se extendían con bastante complacencia acerca de Madama de Pontivy, Madama de Tencin, que acababa de cumpli- mentarla por su belleza, añadió de repente como con una inspiración luminosa: ¿Pero no ve al Regente? Al Regente es a quien debe ver”. Una sonrisa rápida y equívoca pasó por los rostros de las mujeres, repitiendo todas: “Es pre- ciso que veáis al Regente”. Madama de Noyón, que se entusiasmaba ante esta nueva perspectiva se mostraba de acuerdo con esta opinión con una facilidad y una satis- facción que no parecían sospechar ninguna consecuencia. Madama de Pontivy, con su franqueza de alma iba a decir: “Pues bien, si es preciso veré al Regente”, cuando M. de Murcay, que hasta entonces l.abía guardado silencio, avan- zando bruscamente hacia Madama de Pontivy, cuyo bilbo- quet (entonces era furor) acababa de caer precisamente a tierra, le dijo en voz muy baja, al mismo tiempo que se lo entregaba apretándole significativamente la mano: “Guardáos muy bien”. Madama de Pontivy enrojeció súbi- tamente, y cuando iba a aceptar la proposición, dijo: “Sería muy poco conveniente, me figuro, ir a ver al Regente”; y el consejo de Madama de Tencin pasó en medio de la mayor indiferencia.
Pero en su gesto y su impulso del corazón, M. de Murcay comprendió que la amaba.
Madama de Pontivy también había sentido algo des- conocido, y cuando estuvo sola y buscó el nombre, el del amor vino a su pensamiento, se asustó y se arrodi- ló en su oratorio escondiendo la cara entre sus manos. Al día siguiente, por la mañana, sin darse cuenta, besó más frecuentemente a su hija, y la niña despertó de nuevo sus temores diciéndole: ¿Por qué me amas hoy más?